Cambio muy probable

Dada la procelosa relación entre ciencia y política, llama la atención leer que un gobernante –todo un ministro de Medio Ambiente‑ afirme que, para resolver cierta cuestión con espinoso trasfondo, “se antepondrá el criterio científico a los intereses políticos”. Más que llama, enciende la atención; por lo excepcional de tal declaración en el discurso general de un gobierno que es notable por los ejemplos en que la anteposición va precisamente en el sentido contrario.

La más famosa de ellas es el cambio climático. Ya en 2007, el actual presidente del gobierno –por entonces de la oposición‑ declaró que era “un problema al que hay que estar muy atentos, pero tampoco lo vamos a convertir en el gran problema mundial”. Ni mundial ni local, ni problema, porque en septiembre de 2011, su partido anunció un cambio de política climática, desmarcado de la mayoría de partidos españoles o de las posturas de Reino Unido, Francia o Alemania ‑que apoyan una fiscalidad ambiental y el aumento en el recorte de emisiones de CO2‑. La razón política ‑“no se deben introducir nuevos factores de coste para nuestra industria”‑ se antepone aquí al criterio científico.

Porque ningún criterio científico pone en duda el cambio climático, resumido en dos hechos: la temperatura del planeta ha aumentado inequívocamente en el último siglo, y las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero han aumentado notablemente desde la era preindustrial, debido a la actividad humana. Esas afirmaciones están soportadas por los informes del IPCC ‑el panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático‑. El último grupo de expertos del IPCC –el de 2007‑ estuvo formado por 500 autores y 2000 revisores expertos de más de 100 países.

La cuestión crucial consiste en la relación causal entre ambos sucesos: en su informe de 2007 el IPCC afirma que el calentamiento global desde mediados del siglo XX se debe en su mayor parte muy probablemente al aumento de los gases de efecto invernadero de origen humano –antropogénico‑. La sentencia es en realidad matemática: según se explica en el informe, con el término “muy probablemente” en realidad dicen “con probabilidad superior al 90%.” El IPCC modificó la afirmación de su anterior informe de 2001, que empleo probablemente para expresar que su seguridad en el cambio era como mínimo del 66% ‑ 2 a 1 en lugar del 9 a 1 del informe 2007‑. Así que el cambio no es una certeza, de momento –el IPCC emitirá su siguiente informe en 2014 y quizá utilice el término virtualmente cierto (con probabilidad superior al 99%)‑. Mientras tanto, puede que el calentamiento humano sea espurio y la Tierra sólo esté pasando una fiebre endógena. Pero con sus actuales síntomas eso sólo sucederá en un caso, frente a cada nueve en que la calentura estará provocada por los patógenos humanos.

La evidencia científica es cada vez más densa. Los científicos que aún ponen en cuestión el calentamiento antropogénico son residuales. Recientemente, ha recibido mucha atención el anuncio de los resultados preliminares del proyecto BEST (Berkeley Earth Surface Temperature), que ha aparecido con el aura de  estudio definitivo. Su objetivo era “poner las cosas en su sitio” ‑recuperando para la ciencia el lugar usurpado por “exageradores” y “negacionistas”‑, según su fundador el prestigioso físico Richard Muller, de la Universidad de California en Berkeley. Después de analizar más de 1500 millones de registros de temperatura de la Tierra, los resultados de BEST han confirmado la afirmación de las tres instituciones “oficiales” que procesan datos del clima mundial (el Instituto Goddard de la NASA, la agencia norteamericana NOAA, y la Oficina Meteorológica del Reino Unido). Muller –que defiende el escepticismo como principio científico‑ declaró ante el Congreso de los EEUU que “nuestros resultados confirman una tendencia de calentamiento que es muy similar a la que previamente han publicado los otros grupos: la temperatura de la Tierra ha aumentado 0.7ºC desde 1957.”

 

A pesar de tan enorme consenso, la comunidad científica reconoce un problema general de concienciación pública y política. Encuestas de opinión recientes muestran cómo, en occidente, la confianza de los ciudadanos en que los científicos están seguros del calentamiento global ha disminuido los últimos años. La comunicación del cambio climático a la sociedad se ha convertido en una disciplina –más propia de la ciencia social que de la natural‑. El hecho de que científicos sociales formaran parte del IPCC en 2007 da prueba de ello. También hay científicos sociales en el comité editorial de Nature Climate Change publicación mensual dedicada al cambio climático y sus implicaciones en general, que el grupo editorial Nature ha lanzado recientemente. Es la primera vez que una revista de la marca incluye explícitamente las ciencias sociales entre sus competencias. El cambio global –como prefieren llamarlo los expertos‑ es una disciplina total, de todo el sistema de la ciencia. En particular, transmitir fielmente los hechos con éxito se ha convertido en un aspecto sustancial del problema.

Parte de la dificultad en trasmitir el hecho climático está posiblemente en la naturaleza de la afirmación matemática del IPCC en 2007, que no establece certeza sino probabilidad –esto es, nivel de certidumbre o posibilidad de ocurrencia‑ del calentamiento antropogénico. Asimilar el caliente dato del IPCC pasa por comparar esa probabilidad con otras familiares más neutras. Por ejemplo, la probabilidad de que el calentamiento no sea  antropogénico  –como mucho  el 10%‑ es la misma que la de sacar un as al escoger una carta al azar de la baraja española y algo menor que la de sacar tres caras al lanzar una moneda tres veces –un 12,5%‑.

La asimilación psicológica del dato climático es en realidad más difícil que eso, debido a la inhabilidad de los individuos para calibrar probabilidades objetivas. Es lo que se conoce como predisposición no realista al optimismo. Las personas tendemos a infravalorar la probabilidad de las cosas que nos pueden ir mal –por ejemplo, contraer una enfermedad‑ y a sobrevalorar la probabilidad de las que nos son favorables –cómo explicar de otro modo la compra de un décimo de lotería‑. Por eso, cuando en un juego de cartas el que reparte se queda con la muestra del palo de triunfos, a un jugador le parecerá que otro saca un as más frecuentemente que él. La realidad es que, con el suficiente número de manos y las cartas bien barajadas, cada jugador sacará un as una de cada diez veces. El mismo número de veces que, hoy día, se sabe que saldrá la papeleta “el calentamiento antropogénico es falso” en la rifa del cambio climático: 1 de cada 10.

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